Ocasionalmente he escuchado o leído algunas historias motivacionales de entorno marítimo asociadas a la visión y rumbo que debemos de buscar en nuestrad vidas.
Las refrencias están muy a la mano, la navegación implica riesgo, valor, habilidades de navegación, orientación, planificación, rumbo, resolución de crisis, posibilidades o experiencias de naufragio, precisión, conocimiento de rutas, escalamiento de posiciones de acuerdo al aprendizaje, sangre fría, toma de decisiones, reflejos, administración de suministros, lectura e interpretación de instrumentos e indicadores, entre otros. Estas descripción de habilidades la podríamos trasladar fácilmente a nuestro día a día personal, familiar y empresarial.
Una de las frases que me vienen a la mente refería a que : " Al llevar una nave a puerto, si ésta se desvía, se extravía o encalla, la culpa difícilmente es del puerto".
El matrimonio, el éxito, la realización personal, son puertos, metas que están a nuestra disposición, pero que nos ceden todos los esfuerzos que sean necesarias para lograrlas. Depende de nosotros desarrollar todas las habilidades de navegación que nos permitan ir avanzando.
Ahi viene la segunda historia, cortesía de Milton Rosales, un apreciado psicologo, charlista, motivador y pastor, a quien espero parafrasear bien a continuación:
Había una vez... que la desgracia sorprendió a un navegante y le hizo naufragar.
En ese momento de angustia y desesperación se encontraba solo, desorientado y al garete en una pequeña balsa, pasando penurias y entonces decide hacer una petición sincera y directa a su creador y le increpa: "Señor, no me abandones, te necesito y no tengo idea de donde estoy!"
En una sobrenatural respuesta, los cielos se abren y una voz potente le dice: "Hijo mío, no te preocupes, yo si sé donde estás, estás en la parte central del Pacífico Oriental, 5 grados latitud Norte y 87 grados longitud Oeste". Y de inmediato, los cielos rápidamente se cerraron.
El hombre se muestra contrariado, pues se da cuenta que aquella información no le basta para salir de su predicamento, por lo que reune fuerzas y grita al cielo: "Señor, no me abandones, te necesito y... ahora no sé hacia donde dirigirme!". Los cielos, comprensivos y condecendientes, se abren de nuevo y la vos del altísimo le dice:"Hijo mío, vé a Puntarenas!". Y de nuevo, los cielos se cerraron.
Nuestro náufrago, todavía viendo a lo alto, reflexiona y con gran aflicción y premura decide afinar su pregunta: "Señor, no me abandones, te necesito, por favor dime, cómo llego a Puntarenas!"
En esta ocasión, los cielos se quedan quietos y reina un profundo silencio, pero a la barca del hombre cae un pequeño dispositivo con un mapa en la pantalla que le indica con luces brillantes y parpadeantes: "Usted está aquí", más una línea punteada que le lleva a otro punto, con la cota de 542 km , que dice "Puntarenas".
La reflexión alrededor de esta historia es que es todavía incompleta, que falta la brújula para encontrar la dirección, el rumbo hacia dónde dirigirse. Es donde viene acá la necesidad de tener una visión de vida, un norte definido que nos permita que aunque nuestra nave se desvíe, corregir el rumbo, que si naufragamos podamos retomar la travesía, que si encallamos, podamos hacernos de otro medio, de una forma nueva de transportarnos hasta donde el amor de Dios nos haya puesto como meta y destino en el corazón, hacia ese lugar que nos enciende los ojos y las entrañas, hacia donde pondremos todo nuestro entusiasmo y trabajo duro y tesonero, hasta donde correremos la milla extra sin desistir aunque no veamos todavía la meta.
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